“.. Creo que muy pocas cosas son comparables a lo que se mueve por dentro al término de una meditación, tras haber sacudido el cuerpo a través del trabajo físico, con lágrimas rodando por el rostro. Es como un gran regalo imposible de medir con nada material; es como si se produjese en ese instante una fusión mágica del alma con el cuerpo, como si justo en ese momento nos diésemos cuenta de que está ahí y fuésemos capaces de sentirla intensamente, ya que, la mayoría del tiempo, la mantenemos dormida, o lo que estamos dormidos somos nosotros. Es como si ese éxtasis del final de la kriya fuese su modo de darnos las gracias por haberle dedicado unos minutos del día. Es la expresión más sincera de nuestro ser, sin máscaras ni disfraces.
Cada día es un descubrimiento, una sensación diferente e irrepetible. No siempre me siento con las mismas ganas de comerme el mundo con la única compañía de mi esterilla o flotando en una nube tras la práctica; no cada día lloro de felicidad o aguanto con el mismo optimismo cada asana. Y, precisamente este, para mí, es uno de los grandes atractivos de mi cuarentena. La vida no es lineal, hay altos y bajos, momentos buenos y malos, situaciones placenteras y otras difíciles, felicidad y tristeza… y la práctica no es más que un reflejo de la vida. Cada postura, cada serie me muestra la vida misma. Y me doy cuenta de que, la forma de afrontarla es mi propia actitud. Y también soy consciente de que lo importante es estar ahí, en la cita conmigo misma, en mi compromiso diario y completarlo.
Ese es el recorrido de la kriya; un camino que hay que trabajar y sudar para poder disfrutarlo. Un camino que sólo puede recorrerse permaneciendo en él sin decaer, manteniéndome honestamente en lo que pueda completar sin provocarme ningún daño pero con disciplina y perseverancia como ingredientes básicos de esta maravillosa receta. La recompensa siempre está al final y nos motiva a seguir adelante. Lo esencial es no quedarnos sólo con la crudeza del camino ni con el éxtasis del final, pues cada proceso tiene su belleza y su porqué.
Y por todo ello, cada día doy gracias a mi alma. Gracias porque es perseverante y porque, en su más pura esencia, siempre deja salir la voluntad para completar mi sadhana personal. Yo me comprometo a estar ahí, fiel a mi cita para aprender de todo y sólo así, ella podrá salir de su cárcel y expresarse, aunque sólo sea por un instante.”
Ana Belén Marín Díaz